La llamada “envidia del pene” es un concepto central dentro de la teoría psicoanalítica y en particular con respecto a la evolución de la sexualidad femenina.
Sigmund Freud afirmaba que era producto de un descubrimiento fundamental: la diferencia sexual anatómica, cuando la niña advierte que los niños tienen pene y ella, no. El darse cuenta de que no está físicamente preparada para completar a su madre (su primer objeto de amor), le provoca el deseo de poseer un pene y el poder que éste representa. Ve la solución en obtener el pene de su padre y desarrolla un deseo sexual por él. Culpa a la madre por su aparente castración y quiere eliminarla y sustituirla. Entonces se identifica con ella, para imitarla y… reemplazarla. Pero anticipa que sus deseos son merecedores de castigo. Entonces, mediante un mecanismo de defensa de “desplazamiento”, cambia el objeto de sus deseos sexuales a los hombres en general.
La travesía edípica, desde luego, debe ser entendida en clave “inconsciente”, simbólica, y no de manera literal. La envidia del pene adoptará dos formas derivadas: deseo de poseer un pene dentro de sí (tener un hijo, ser madre) y deseo de gozar de un pene (a través del coito).
Muchos psicoanalistas modernos han relativizado la envidia del pene. E incluso algunos cuestionaron duramente esta idea, casi desde sus comienzos. Un ejemplo es Karen Horney, eminente psicoanalista alemana de principios del siglo XX, quien denunció lo mucho que estaba imbuida la teoría psicoanalítica de los factores culturales que mantenían a la mujer en un rol secundario, sin poder desarrollarse. No había envidia de pene, lo que sí existía era una desigualdad con respecto a los hombres: las mujeres querían ser independientes, desplegar sus posibilidades y no estar siempre a la sombra. Es más, desarrolló la idea de que en todo caso eran los hombres los que sentían envidia por no poder dar a luz, ser madres, y acuñó la expresión “envidia de útero”.
En la misma línea, la sexóloga argentina María Luisa Lerer sostiene que las mujeres no envidiamos el pene ni nos sentimos castradas, sino que queremos igualdad de derechos: el pene representa el poder, el poder patriarcal, el abuso a la mujer, el uso de la mujer, el no tenerla en cuenta. Por otra parte, Lerer nos recuerda que, mientras el hombre está sujeto a un período de tiempo variable en el que su órgano no puede responder a un nuevo estímulo sexual -luego de haber eyaculado, es el llamado “período refractario”-, la mujer tiene “una maravillosa vagina, húmeda y abierta, para todas las estaciones, para el día, para la noche, que está siempre allí, cuando quiere y desea y escucha su cuerpo”. Algo que el varón puede encontrar peligroso, amenazante… digno de envidia.